miércoles, 24 de octubre de 2007

Europa no queda a la derecha

Si la extrema derecha tuviera cara, no sé si estaría triste o contenta, porque si durante este fin de semana le han dado la patada en Polonia, en Suiza la han recibido con los brazos abiertos. Lo que sí puedo imaginar es qué cara se nos ha quedado a todos: la de preocupación. Porque la extrema derecha, como todos los extremos, viene siendo un peligro.

Después de tantos años, ya casi se ha creado un cliché según el cual la extrema derecha es mala. Hay varios clichés semejantes, como que Hitler es malo, Mussolinni es malo, el comunismo chino es malo... En resumen, lo que no sea democracia es malo. Es bueno que la gente piense esto, pero no es tan bueno que lo crean por creer, sin un criterio personal.

Precisamente por la falta de criterio...la extrema derecha se está paseando por Europa sin que nadie le pueda pedir explicaciones. Porque la extrema derecha de hoy es como un camaleón al que no le importa cambiar de color o decir lo que se quiere oír si es para integrarse en el sistema y, desde dentro, reventarlo.

Aquí es donde radica el auténtico quebradero de cabeza. Aunque los partidos de extrema derecha se han adaptado al sistema electoral y parlamentario pareciendo un partido conservador más, sabemos que una vez en el poder querrán hacer las cosas a su manera (el individuo deberá ceder gran parte de sus libertades al Estado, se reducirán bastante las políticas sociales con los que menos oportunidades tienen, se rechazará sin tapujos todo lo diferente -especialmente inmigrantes, homosexuales, etc-. Básicamente, es el extremismo de toda la vida, sólo que en vez de presentarse por la fuerza, se presentan por medio de la persuasión.

Parece mentira que en las épocas actuales la gente vaya a dejarse engañar y manipular, pero por otro lado, la globalización trae problemas nuevos que los partidos democráticos no saben abordar mientras que los extremistas atajan directamente a su manera. El ejemplo más claro es la inmigración. Mientras que un partido estándar puede pasar una legislatura entera pensando cómo integrar a los inmigrantes en un país, la extrema derecha no duda en querer echarles desde el primer momento. Y esto no disgusta del todo a la población, que en el fondo se queda más tranquila, aunque sin saber que se está colocando un yugo en el cuello.

Por tanto, ¿qué se puede hacer? ¿Se ilegalizan los partidos extremos? Eso va en contra de la democracia. ¿Se les permite ser uno más? Eso podría reventar el sistema. ¿Y qué hacemos? A muchos no les parecerá un tema prioritario y dirán que con los tiempos que corren acabará extinguiéndose solo. Pero eso se pensó anteriormente también, y en Francia, el Frente Nacional de Leppen pasó del 0'5% de los votos al 10% en cinco años. En 1994, el FPO austríaco obtuvo el 28% de los votos en el Parlamento europeo. Polonia ha sufrido el monopolio de los hermanos Kaczynski (presidente y primer ministro), y Suiza acaba de ensalzar al más descarado racismo de los últimos tiempos.

Por eso digo que, sin duda, la cara de la gente debiera ser la de preocupación.

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