domingo, 28 de octubre de 2007

Elecciones en Argentina

Aunque no parezca la mayor noticia del día, hoy es día de elecciones generales en Argentina. Hace ya demasiado tiempo que se da por hecho quién va a ganar, la Kirchner. Dicen que si es una nueva Evita, pero no es más que la mujer del actual presidente. Y el actual presidente no es más que el marido de la futura presidenta. Vamos, que todo queda en casa. Pero hoy no me voy a meter en harina con los políticos argentinos, sino con el sistema electoral, en el cual el voto es obligado.

Hay todo un debate sobre la conveniencia o no del voto obligado, aunque personalmente, me resultan curiosos quienes lo defienden porque, según dicen, ayuda a que la población se interese por la política, aunque sólo sea por elegir a quién votar. Según yo lo veo, dado que la única obligación escrita es la de personarse en la mesa electoral e introducir el papelín, el que no sepa qué votar, votará en blanco y pista, ¿no?.

Es más, en otro país podría incluso temer que la obligación de votar empuje al voto vengativo, es decir, votar al partido con menos expectativas sólo por joder. Porque ésto, llevado a la práctica en exceso, puede crear una Cámara ficticia que desestabilice el sistema. No obstante, es muy difícil que esto pueda ocurrir en Argentina, país que carece de la clásica política de derechas contra izquierdas. Lo que allí se da es una sola mentalidad política, que es el peronismo, y muchos partidillos diferentes que vienen a ser variedades de peronismo. El mismo perro con distinto collar que es capaz de confundir a cualquiera. Aquí es precisamente donde radica el mayor riesgo del voto obligado: que el ciudadano medio argentino, con un nivel educativo menor que el deseable, enormemente influenciable y sin mucho criterio político, vote "lo que parece que va a salir".

Así que no acabo de verle el beneficio al voto obligado. Fue todo un acierto cuando el presidente Sáenz Peña lo puso en marcha a principios de siglo para evitar el inmenso fraude electoral de la época. Pero ahora no habría que temer tales amenazas. ¿O aún se temen?

Al menos, para lo que sí ha servido el voto obligado es para que otros países como España hagan titulares a partir de la sorprendente apatía de la población -totalmente comprensible, por otro lado, dado el historial de corrupción del los dirigentes del país-. Porque si un español no tiene ganas de ir a votar, no va y punto. Pero si un argentino que no quiere votar se ve en la obligación de hacerlo bajo riesgo de multa, pues irá a votar, pero dejando bien claro por el camino lo que piensa de todo y de todos.

Es así cómo observamos estupefactos que que la mayoría de los argentinos no tienen ganas de votar a personas en las que desconfían abiertamente y de las que dan por hecho que deben esperar lo peor. Y es así como, tras pensarlo un poquito más detenidamente, a lo mejor lo de discutir lo del voto obligatorio no es lo más importante.

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