martes, 13 de noviembre de 2007

Los Juguetes de los 80

Ya empezamos con los anuncios de juguetes. Pero hoy no me voy a quejar del calendario mercantil, sino que quiero mostraros mi preocupación porque los juguetes de ahora son una caca de la vaca. Ni Playstation, ni iPods ni cochinadas de ésas. Los buenos, los auténticos, la simplicidad convertida en arte era la de los juguetes de los 80. No sé qué tenían aquellos juguetes, pero algo tenían. Tampoco sé cómo surgieron, aunque creo recordar que su último estertor llegó con los muñecos de los Power Rangers, carentes de un mínimo de flexibilidad y rotación en las extremidades. Mucha expectativa y poca funcionalidad.

Tampoco es que los clips de Playmobil fueran un compendio de virtudes físicas, pero ellos tenían carisma y eso es impagable...El barco pirata (en dos días te quedabas sin las bolas de cañón), el fuerte del Antiguo Oeste, la caravana, el yate, la isla del náufrago... todos ellos llenos de piezas políticamente incorrectas y fáciles de tragar, pero eso es lo de menos.

Y aunque cuando aquello pegaba fuerte el Toysarás (adaptación al castellano), mismamente el quiosco de abajo ya tenía todo un arsenal de cachivaches. Sacos de la risa, flores de plástico que bailaban al darle palmadas, pistolas de bolas, el Scatch (la bola que había que atrapar con un disco de velcro sujeto a la mano), las pulseras de los chinitos de la suerte... Oh, época dorada de la artesanía, ¡fuera el 3D!

Sin duda, lo mejor de todo es que los juguetes de los 80 eran totalmente complementarios. De este modo, no había historia que un niño de categoría estándar como yo pudiera recrear en su aún inocente cabecita. Mi especialidad eran las historias de rescates. En ellas, nuestro héroe (yo tenía un Son Gokuh de goma que regalaban con las Ruffles Matutano) debía rescatar a la princesa (la exuberante Barbie de mi hermana), que se encontraba recluida en un castillo (con un mecano y unas piezas lego te apañabas una auténtica obra de la ingeniería). Para llegar al mencionado castillo, debías sortear varias pruebas como cruzar el tablero del Tragabolas evitando las arremetidas de los hipopótamos, o evitar las Manos Locas, aquellas manitas gelatinosas que regalaban con Phoskitos (y con las que nunca acabábamos de aprender que si las tirábamos al techo nos quedábamos sin juguete).

Una vez dentro del castillo, había que eliminar a los soldados (Playmobiles estratégicamente colocados al efecto y algunos Gi-Joe). Aquí cabe reseñar que para cada muñeco te imaginabas todo un combate, aunque todos solían finalizar con una patada rotatoria que lanzaba al oponente como poco hasta la cocina.

El monstruo final era un Caballero del Zodiaco (éstos sí que eran extremadamente retorcibles) y cuando tu Playmobil le vencía, le daba un muerdo a la Barbie (no sin cierta dificultad, porque la proporción Barbi-Son Gokuh era bastante apreciable, la Barbie era un poco morlaco en este sentido) y los dos juntos se iban hasta el pasillo en un Escalextric o en un Pequeño Pony. Entonces mirabas tu reloj Casio-calculadora y a merendar. Nocilla, of course.

Luego leías un poco a Mortadelo, o veías "Pepita Pulgarcita, lo que se da no se quita", o te ponías el cassette de Campeones (que nadie lo tenía, pero fue top de ventas). O bajabas a jugar a la pita, a pillar, al escondite, al marro, a alturitas o a lo que fuera. O a pegarse un poco, por qué no, aunque sin grabarlo con un móvil para colgarlo en Youtube. Que los niños de ahora ya no son como los de antes...

Bonus track: 'Pepita Pulgarcita y los ladrones de bicicletas' (¿porque siempre daban el mismo capítulo?)



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